El galpón es inmenso, huele a herrumbre y parece un museo de chatarras. Alberga máquinas fabulosas: camiones de la década del 50, esqueletos de camionetas, infinidad de piezas oxidadas, caños y personas. Un grupo de trabajadores arman y desarman, una y otra vez, artefactos mecánicos que en algún momento sirvieron para encontrar agua bajo tierra y hoy intentan resistir el paso del tiempo.
Se trata del local que alberga al Departamento de Perforaciones, dependiente de la Dirección Provincial de Agua de la Provincia. Allí, unos 80 trabajadores tratan de restaurar viejas maquinarias de lo que fue una de las reparticiones de más peso a la hora de mejorar la calidad de vida de los tucumanos. Eran los encargados de sacar el agua de abajo de la tierra, y hacerla llegar a las casas, escuelas y hospitales. Hoy, prácticamente no tienen nada que hacer.
Los empleados aseguran estar perforando, en la actualidad, sólo tres pozos. “Antes teníamos cinco o seis máquinas en condiciones, y hacíamos más de 30 por año. Se trabajaba todo el tiempo, en los pueblos la gente nos quería porque llegábamos y le solucionábamos el problema”, recuerda Jorge Rojas, empleado de la repartición. Asegura que en estos momentos tienen tres equipos fuera de funcionamiento y otros cuatro “atados con alambre”.
Carlos Condorí es chofer, tiene 30 años de experiencia y en la recta final de su vida laboral siente temor. Señala con el dedo un camión antiguo, con el capot desarmado y explica: “El chasis es modelo 1946, pero los motores todavía funcionan. Salir a la ruta con miles de kilos de peso en vehículos tan viejos es muy peligroso, no sólo por nosotros, sino por los demás”. Francisco Giménez asegura que el camión que conduce tiene 17 años y funciona en un 40%.
Manuel Hidalgo trabajó en el Departamento de Perforaciones durante las últimas tres décadas. Asegura que en los estos diez años, el trabajo disminuyó considerablemente, ya que la mayoría de los pozos son perforados por empresas privadas, concesionarias del Estado. “Cuando José Alperovich era ministro de Economía nos reunimos con él, y le planteamos que las obras estaban disminuyendo. Nos respondió que éramos los únicos empleados que pedíamos más trabajo”, recuerda.
Caminando entre maquinaria oxidada, Hidalgo recuerda que antes de la gestión Alperovich se licitaban anualmente las compras de insumos, para tener en stock caños, trépanos, tuberías y herramientas. “Antes hacíamos trabajos por administración; eso significaba que el Estado se hacía cargo. Ahora se hacen obras por convenio”, aclara.
“Teníamos felicitaciones de las escuelas, ahora la población nos ve y nos quieren quemar las casillas. Es porque creen que somos vagos, porque llegamos y nos ven sin trabajar. Pero es que se nos rompen las máquinas y porque no tenemos los trépanos”, lamenta Hidalgo.
La repartición no sólo ejecutaba las perforaciones, también controlaba a las empresas privadas y realizaba estudios de suelo.
Un fracaso anunciado
Los trabajadores se mostraron sorprendidos ante el informe de LA GACETA del 9 de marzo, que dio cuenta de que en El Timbó se había perforado y abandonado un pozo, argumentando que se encontró agua salada. La obra costó, según el Ente Nacional de Obras Hídricas de Saneamiento (Enohsa), $ 2 millones, ya fue rendida y pagada, pero nunca funcionó.
“Nosotros ya habíamos hecho dos intentos ahí, y otros dos cerca. Si me hubieran venido a preguntar si el agua de El Timbó sirve, yo les habría dicho de entrada que es salada. Pero lo hizo una empresa privada”, detalla Benito Yapura, con 36 años de antigüedad. Sus compañeros asienten con la cabeza y cuentan anécdotas de las épocas en que trabajaron en la zona. Horacio Soria reafirma: “Todos sabíamos que el agua de El Timbó no es potable”.
Los geólogos de la dependencia realizaron estudios de suelo en la zona, aseguran los trabajadores. Susana Ester Flores es laboratorista, y tiene 32 años de antigüedad en la dependencia, pero no puede acceder a los registros. “Algunos se quemaron hace unos años; otros permanecen con llave y sólo los puede ver el jefe”. El cargo es ocupado por Mario Colqui, quien no respondió a los reiterados llamados de LA GACETA.
Muchos de los empleados de la repartición están próximos a jubilarse. El personal, como las maquinarias, casi no se renovó en la última década. La jornada transcurre lenta para un grupo de trabajadores que intenta, sin mucho éxito, volver a poner en funcionamiento un motor de un camión. Dicen que no les gusta el galpón, que quieren salir a buscar agua, que extrañan el campo y el contacto con la gente. Esperan volver pronto.